Comentario al Evangelio del Día de Hoy (EvDH)
Lc 11,1-13
Los amigos de Jesús se deben haber sorprendido al ver en oración al Maestro. Quizás se preguntaban qué pasaba dentro de Jesús. Esa experiencia de intimidad, silencio y comunión profundas que veían en el Señor. Y por eso le hacen ese pedido tan osado... "enséñaños a orar". No pedían poca cosa... ellos querían aprender a orar, a vivir eso que Jesús vivía cuando entraba en comunión con su Padre y de lo que ellos eran testigos.La osadía de los discípulos de pedir semejante cosa, nace de la experiencia de la humildad. Ellos se sienten necesitados; quizás podrían haber experimentado: "no sabemos orar...", "necesitamos esa paz...", "anhelamos ese encuentro...". Pero lo importante es que el deseo de aprender a orar, nace del reconocimiento sincero y humilde de saberse carentes y necesitados.
"CUANDO OREN, DIGAN: PADRENUESTRO..."
Jesús les abre la puerta al camino de la oración, enseñándoles lo que nosotros hoy conocemos como "el padrenuestro". Es esa oración que recitamos desde pequeños y casi automáticamente. Sin embargo -a pesar que para nosotros hoy pueda resultar una fórmula- esa oración constituye más que una fórmula, ES UN MODO DE ORAR. Si nos detenemos en la secuencia que sigue a dicha oración, podremos notar que primero se bendice el nombre de Dios y se pide que se cumpla siempre su Voluntad, luego se pide el pan cotidiano y el perdón de las ofensas cometidas, y por último se implora la ayuda de Dios en los momentos de prueba. Es decir, Jesús nos enseña a orar de éste modo: siempre y ante todo ALABAR Y BENDECIR. En todo momento y situación... Luego PEDIR, necesidades, perdón y protección... Este modo de oración cristiana, nace de la experiencia del reconocernos HIJOS AMADOS DEL PADRE. Una persona que goza de su condición de hijo, no necesita estar repetitivamente pidiendo perdón -aún cuando sepa y se reconozca en falta- sin antes de dar gracias y bendecir el hecho mismo de ser hijo. Es necesario pedir perdón, pero no bajo la conciencia de la culpa escrupulosa de quien solo ve en sí mismo faltas, sino del hijo que actuó mal y se alejó del amor del Padre. Por eso también pedimos que se cumpla su Voluntad, porque es un Padre Bueno, que no puede querer algo malo para nosotros. Sólo desea lo bueno, siempre. Este es el modo en el que nos enseña a orar Jesús... como hijos confiados de un Padre, que nos ama tanto, que siempre quiere lo mejor para nosotros; y eso es motivo de alegría, gozo y alabanza, en primer lugar, y de súplica, pedidos y contricción, ante la caída.
"¡CUÁNTO MÁS EL PADRE DEL CIELO DARÁ EL ESPÍRITU SANTO A AQUELLOS QUE SE LO PIDAN!"
Jesús cierra su enseñanza sobre la oración prometiendo con certeza que el Padre da su Espíritu a quienes se lo pidan. Ya no sólo nos da las cosas que necesitamos, sino que nos da el Espíritu Santo, Su Espíritu, es decir, se da a sí mismo.
En éste versículo final, Jesús nos muestra que la oración, que es un encuentro íntimo con Dios, es sobretodo un encuentro con la Trinidad. En la oración nos es permitido entrar en el corazón mismo de Dios, que es la Santísima Trinidad. Allí se nos permite experimentar -de acuerdo a nuestras posibilidades- todo lo que Dios vive intratrinitariamente. Por eso los frutos de una oración genuina son paz, gozo, comunión, amor, perdón, fraternidad, servicio, mansedumbre, consuelo. Todo ello vive en el corazón de Dios y nos es permitido experimentarlo como anticipo de la Gloria eterna que nos espera.
Cada oración es vivir por un instante el cielo, ya aquí y ahora. Porque nuestro corazón se sumerge en la Trinidad y reposa en ella.
La oración nos afirma en el camino de seguimiento de Jesús, nos hace más trinitarios y nos centra en Cristo.
La oración no debe ser lujo de los que tienen tiempo. Es la savia que nutre el corazón y que lo despabila del extravío cuando cae en el enojo, el resentimiento y la soledad. Es aquello que nos oxigena cuando sentimos que estamos por caer, porque nuestras fuerzas no dan para más.
La oración es la plegaria del humilde, porque no ora quien se siente seguro de sí mismo, sino quien se sabe pobre y pecador, y no lo hace por vergüenza y culpa, sino por amor confiado y esperanzado.
AMEN